Alejandra Podrida,
trastabilló.
No evitó escuchar lo que no le gusta ni siente.
Recordó cuando tenía 15 años y se fue con los tenis rotos y su hermana menor a buscar trabajo porque no había qué comer; regresó con una quincena de $800.00 y pudo hacer muchas cosas buenas y mejores que otros hijos bien cuidados y asistidos.
Le gustó patear culos.
Ya se levantó y como siempre, guerreará.
„Weiß wie Schnee“
Un error en algún sector devoró casi un gigabyte de bellas y rarísimas imágenes que colecté en casi dos años. Entre estas, gozaba de íntegros tratados de anatomía al óleo (ss. XVII y XVIII), tintas japonesas para sistemas nerviosos, lito y fotografías decimonónicas de espaldas sifilíticas, algunos “tératos” y muchas, muchas coloraciones en sepia y ocre con agraciados manchones negros.
Todo se perdió.
Jamás recuperaré tanto horror corporal bello.
Me siento muy mal.
La reparación es parcial, sólo hay imágenes alteradas.
Ahora, frente a la brutal mediocridad; me dedicaré a recopilar de la forma más burda, vulgar y morbosa el color blanco.
Sólo invasores: sólo psóras, maggots y blancos, blanquísimos e inmaculados gusanos.
Lamer,
No necesito ayuda para hablar de música para piano y compositores “modernos”.
Menos, el ser asistida para obtener piezas de arte en donación a un museo, o, que me ceben con cualquier porquería que ostenta serlo, eso es un imposible.
Tampoco necesito dar mis nalgas a un extranjero para cambiar de país y vivir en otro “de ensueño”.
“Pensar” así, es como... cuando ciertos pendejos y pendejas no me creen que leía perfectamente bien a los cinco años de edad, o dudan que recuerdo cuando di mis primeros pasos y mi abuela y el sol me recibían.
Él, ese tipejo, no me cree y no cree en mí.
No cree, el muy güey, que soy capaz de largarme muy lejos sólo para tatuarme o para regresar por un libro.
Y no debo dañarle con mi detrimento.
Por su puta culpa evité fumar opio, no bebí cervezas en un lugar “bien cabrón” y olvidé comprar a los árabes un collar raro. Y, chingadamadre; todavía imaginé a una niñita tomada de mi mano frente a una de las pinturas abstractas que más me gustan y ella me preguntaba qué era eso, y yo, tiernamente, le contestaba: “es un señor” (descuartizado).
Ante el vacío, tengo dos sufragios para reivindicarme.
Adoptar a una criatura de condiciones infames, alguien carente de alguna posibilidad para que la jodida vida le cambie; el más jodido entre los jodidos.
A ese niño, le daré todo mi amor, le enseñaré todo lo que sé, recorrerá el mundo conmigo y sé que será un buen hombre.
Mi privador, él, no sabrá que después de haber vivido muchos años en el lugar que acentuó mi bipolaridad, me mudaré a la ciudad de la perdición sólo para morir como Dios manda; sola y en absoluta ruina.
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