Después de dos estancias prolongadas en casi 2 años, regreso al mismo cuarto de hospital. Número y piso redivivos. Sigue limpio pero más descuidado. Regresé de madrugada que se abre al día, los mismos tonos grises azuláceos le aclaran. Esta vez, una estación temporal antes que las otras y portando la misma ropa.
Es raro cómo bloqueo recordar las entradas, salidas y calles. Lo mismo me ocurría cuando llevaba días seguidos cuidándole… perdía la noción hacia afuera. Detrás de la primera semana, hice por costumbre caminar entre los pisos y largos pasillos de los edificios durante la madrugada y no me perdía, sólo cuando salía.
El olor es el mismo y aún no puedo definirle. Uno pensaría que los hospitales huelen a mierda o a “enfermedad” pero éste es una mezcla entre químicos, cloro y algo “agrio” que a veces se torna dulce-suave.
Ya no recordaba cómo acomodar el sillón ni la mesita para comer. Tampoco cómo regular el oxígeno ni zafar los barandales.
La habitación no es “compartida” pero hoy le siento por ratos más pequeña.
Los inviernos anteriores fueron muy difíciles emocionalmente. Contemplé todo un proceso muy largo que más y más empeoraba. Viví muchas situaciones que no debía ver, oír, ni sentir pero no me molestan.
Juan Carlos me dijo que había algo “estructural” y “arquetípico” entre mis abuelos maternos y yo. Especialmente con mi abuelo Carlos. Creo que “eso” va más allá de mi afección o apego hacia él.
No sé porqué siempre, desde niña, estuve presente en sus enfermedades o accidentes. Siempre “me tocaba”, aun dentro de mi casa. Nunca estaban sus hijos cuando sucedía.
Todo lo fuerte y feo, durante y después, lo recibía. Quién sabe porqué. Es mejor, creo que nadie le cuidaría como yo.
De Carlos Crescencio conservo la primera vez que contemplé el mar.
Los paseos infantiles por todo el centro histórico, sus explicaciones de algunas iglesias y calles. Siempre solos, sólo los dos. También las locomotoras y cochecitos en miniatura que me compraba en el Palacio de Hierro del centro después de tomar helado verde. Una “rorra” rubia de nombre Beatriz que me regaló cuando tenía 5 años y mi carácter que se le parece.
Carlos, Mi abuelo, no es mi abuelo; es más que mi padre.
Vi su hígado, invadido por esas asquerosas protuberancias… No acepto para sus 94 años “un cáncer disparado” que para él, “está en fase Terminal”.
Ya no sé qué sentir. Siempre fue independiente, caminaba y leía mucho. Es inhumano ser y estar siempre en una cama, sujeto a los demás para que lo mínimo, sea.
Mi abuelo no merece esto. No deseo prolongarle la “vida” por una agonía de mierda pero mi condición como nieta no me ayuda mucho.
Ayer, no me importó; le di a comer unas conchas muy dulces y quiero darle el café que tanto me pide; intenso, como acostumbramos.
Estaba “tranquila”, ya no. Me tiró una infinita tristeza.
Le exijo a Dios que se apure.
Etiquetas: De Contemptvs Mvndi
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home